La dirección deportiva comandada por Joaquín Caparrós, cuando buscaba delantero, hizo un serio intento por Borja Iglesias, con una claúsula de 10 millones de euros, propiedad del Celta de Vigo, que tenía una delantera (Maxi y Aspas) en la que no tenía entrada Borja, pese a que se había consolidado en su cesión al Zaragoza (23 goles). Borja Iglesias había metido 70 goles en dos año en el Celta B y allí todo el mundo daba por hecho también que este espigado delantero era de Primera. El Sevilla, cuando estuvo en la decisión final de si pagar o no por su cláusula, reflexionó y entendió que su fichaje era cortarle paso a Carlos Fernández, que ya es verdad que encadenaba lesiones, pero que en el Sevilla entendían que eran futbolistas de caminos paralelos aunque no se parezcan jugando.