Aterrizó en Sevilla en la tórrida tarde del 13 de junio, llamando la atención con su indumentaria negra, camiseta y chaqueta, que chocaba con el tradicional calor hispalense que suele hacer el día de San Antonio. Ni siquiera reconoció a Monchi. Días después, ya dejó ver sus tatuajes y un mensaje distinto en su presentación, con esa peculiar verborrea del Cono Sur americano, prometiendo el oro y el moro. Fueron días de escepticismo, de expectación, de incredulidad, de optimismo… todo según el prisma de cada cual. Menos de seis meses después, Jorge Sampaoli los ha convencido a todos, a los más escépticos entre consejeros y técnicos del club, que los había, y a los aficionados más suspicaces. Y sobre todo a los futbolistas, entre quienes también hubo dudas al principio.