El cambio que se ha producido en el Sevilla ha venido marcado por la minimización de espacios que ha llevado a cabo Caparrós en fase defensiva, es decir, cuando la posesión la tiene el rival. Pero también en la preparación para cuando se produzca la pérdida, en el rol que adoptan los jugadores no poseedores del balón, así como en el juego de vigilancias y en la disposición previa para el repliegue y la cobertura. El 4-4-2 clásico de Caparrós ha llegado con una serie de consignas que han hecho al bloque mucho más sólido. A costa de vistosidad en ataque y probablemente producción de juego ofensivo, sí, pero con mucha más fiabilidad desde un fútbol práctico y que disminuye el porcentaje de riesgo. Y todo tiene que ver con el espacio. Con Caparrós el Sevilla no sólo ha defendido con las líneas mucho más juntas que con Machín, sino que se ha movido en cada momento para evitar la aparición de metros libres que pongan en dificultades su sistema defensivo.