Si hubo un protagonista sobre el césped del Sánchez-Pizjuán durante el partido que enfrentó al Sevilla y el Girona, ese fue Sergio Rico. Un cancerbero criado en la carretera de Utrera que, no por ello, requiere un trato más afable que el resto, pero tampoco más áspero que el que le exige su puesto, el de portero, que ya es ingrato de por sí. Por eso ayer, ante su público, se ganó el perdón de todo el sevillismo tras los errores cometidos semanas atrás ante Getafe y Leganés que le han tenido todos estos días en boca de todos.