Necesaria dosis de veneno

No hubo sevillista que no sintiera o pensara que había retrocedido en su vida entre 13 y 18 años. Ver a Joaquín Caparrós en la banda, más tiempo fuera del área técnica o charlando amistosamente con el cuarto árbitro que pendiente del juego, triturando el chicle que siempre le acompaña en los partidos o agitando a banquillo y grada, hacía retroceder a sevillismo a los inicios contemporáneos de una entidad que asombró al mundo, aunque pocos meses antes fuese incluso despreciada por todos. Ese otro fútbol. Ganar como objetivo primordial sin depender el cómo. Gustaba ser y caer antipático.

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