Pocos en el vestuario sabían qué estaba pasando. El grado de la desgracia junto al carácter introvertido del jugador y la propia tristeza que atizaba a ‘Kiyo’ motivaba que apenas 2 o 3 compañeros supieran lo que realmente estaba sucediendo a más de 11.000 kilómetros del Ramón Sánchez-Pizjuán. El bebé de Hiroshi había perdido la vida en su país mientras el japonés, solo en una ciudad tan diferente a la suya, se encontraba bloqueado y literalmente abatido. Lejos de su familia, el jugador sevillista tan solo veía una opción que pasaba por salir en el mes de enero a su país natal.
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