Todavía produce escalofríos el pararse a pensar en la figura de José Antonio Reyes. No hace ni seis meses desde que se marchó, sin poder despedirse y dejando una profunda herida de dolor entre todos los que lo conocieron y admiraron. Es inevitable que venga su recuerdo a la mente cuando se acerca un derbi, evidentemente, para aquellos que disfrutaban (los sevillistas) con sus diabluras en los enfrentamiento contra el eterno rival. Porque esa zurda única del utrerano se activaba en los momentos donde a otros les tiembla el dar un pase a dos metros. Cuanto mayor era la presión, el bueno de José soltaba una risotada. Era su jardín. En Nervión o Heliópolis. Disfrutaba el derbi como ninguno.