El Sevilla de Montella habrá partidos en los que sea superado, en los que domine, en los que gane sin dominarlos (como ayer) y en los que salga derrotado habiendo sometido a su rival, pero es un equipo vivo, dinámico y en continuo movimiento. El Girona lo asfixió con un estilo muy marcado, de compactación y superioridad numérica continua en la zona de influencia del balón. Pero si uno de los secretos del modelo de Pablo Machín es plantear minipartidos en espacios reducidos en diferentes sectores del campo, el Sevilla supo aceptar el reto y encontró el momento preciso para buscarle la espalda a esa compactación del rival. Igual que Emery hacía en determinados partidos atrayendo al rival con toques en zona de iniciación para sorprender con el golpeo de Kolodziejczak o Tremoulinas y la explosión de Gameiro al espacio, Montella encontró la fórmula con Lenglet y Correa, aunque la casi perfecta ejecución de su plan del equipo catalán dificultó la llegada de ese momento y, sobre todo, dejó la impresión de que mandaba siempre en el juego, porque, de hecho, el Girona mandó.