En el día en que toda España le ganaba una hora al día, el reloj futbolístico del Sánchez-Pizjuán parecía permanecer parado no horas, ni días, sino años y lustros. Dos propuestas que da la sensación que poco pueden evolucionar y que ya la afición sevillista conoció de primera mano. Caparrós y Marcelino plantearon un espectáculo como sólo con ellos podía salir. El Sevilla no encontró más argumentos para hincarle el diente a la versión mejorada del Valencia de Marcelino y, por si fuera poco, fue gastando balas en replantear un punto de partida a todas luces erróneo con la elección de hacer coincidir en la misma banda a Jesús Navas y a Banega. La supuesta asimetría que iba a propiciar la presencia del argentino en esa parcela originó el desequilibrio táctico que, si las cuentas no fallan, debía estar empatado si chocan dos esquemas 1-4-4-2 puros.