Con un escaso margen de tiempo, puesto que su llegada ha coincidido con la fase más apretada del calendario, Pepe Mel ha tenido que realizar un curso de recuperación anímica de un equipo que andaba con los brazos caídos, fiado a la suerte de que había rivales inferiores que impedirían su caída al averno. El madrileño ha supuesto un soplo de aire fresco para muchos de los jugadores de un Deportivo que se había dividido demasiado entre titulares y suplentes. Esa recuperación anímica y algún retoque táctico han sido sus aportaciones desde que debutase el pasado 2 de marzo con un miura por delante, el Atlético en Riazor. Tras un inicio prometedor (empate ante el Atlético, triunfo clave en Gijón y victoria inopinada ante el Barcelona), su efecto se ha diluido.
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