«Nunca es un buen momento para lesionarse, así que agradezco mucho las muestras de cariño que me ha mostrado la afición en estas últimas horas. Es una acción rápida, en la que uno no piensa y mete la mano donde había que meterla. Ahora ya no queda otra que recuperarse». No pudo evitar derramar alguna que otra lágrima, tanto en el propio césped como en el banquillo: «No tenía dolor, porque con la adrenalina del momento y una vez que el doctor me colocó el dedo, lo que tenía era impotencia. Después de un año malo, que te llegue la oportunidad de estar ahí y lesionarte en la primera jugada es duro. Yo quería que me vendaran y seguir, pero el doctor vio que la situación del dedo no era buena y el cambio era lo mejor».
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