El próximo miércoles, en la rueda de prensa oficial de la UEFA, Marcelino se deshará en elogios al Sevilla, dirá que es un equipo muy físico, muy bien estructurado y al que es muy difícil hincar el diente. Como si hiciera falta la punta de un diamante para rayarlo. Y en realidad, cuando juega lejos de Nervión, el bigote de una gamba basta para hacerle un surco a su sistema defensivo. En La Coruña volvió a suceder, como en Mönchengladbach. Pero las virtudes sevillistas pesaron de nuevo más que los defectos: una primorosa capacidad para montar y prolongar contragolpes, y en estático, el estado de forma de Vitolo, un llegador implacable.