Ésta es una historia larga. Sus protagonistas lo saben. Pero para que toda historia perdure lo que siempre falta es el final feliz, aunque sea tarde. Hace mucho, mucho tiempo, el Sevilla, sus técnicos, seguían a un portero infantil, grandullón a más no poder, que jugaba en el Cádiz. Hablaron con su familia, con su padre, un animoso chiclanero que regenta una peculiar venta que es un santuario de cadismo y bonhomía. Ya por entonces pasando el metro ochenta y con pinta de haber salido de la base de Rota (la misma que sigue teniendo), lo que no sabía Brian Jaén, el portero al que iban a ver por su inmensa envergadura y porque tiraba las faltas de su equipo, es que iba a esperar hasta cerca de cuatro años para vestir la camiseta del Sevilla, el club que esperó pacientemente su momento.