Dicen los que saben de pugilismo que un combate se gana antes por un cruce de miradas letales e intimidatorias que por un pepinazo en el hígado de esos que te retiran del adobo de Blanco Cerrillo por un par de meses. Sí. Eso dicen los que saben del arte de reducir a ganchos y directos en un cuadrilátero la pura esencia de la vida: pelear para ganar, luchar para sobrevivir. En ese cruce de miradas se ganan y se pierden las porfías. Quizás porque uno pierde antes una batalla en la mente que en el cuadrilátero. Y hay miradas tan asesinas como las de aquel criminal con guantes que fue el primer Mike Tyson de los noventa. Miraba y mataba como las Gorgonas, desvaneciendo y pulverizando al contrario, por muchos kilómetros de asfalto y de cuerdas que llevara metido en sus piernas su contrincante. El pasado domingo en el Manzanares el principio pugilístico del que os hablo se hizo realidad. Una dura e inamovible realidad.