Punto de valor para el Sevilla, teniendo en cuenta los mil y un condicionantes en contra que embolsaron el peliagudo choque ante el líder, tanto en su previa y como en el propio desarrollo que tuvo el duelo del Sánchez-Pizjuán. Esta vez, el Sevilla se hinchó de personalidad y fue creciendo en el envite hasta bajarle los humos por completo al Barça y a su agitado faro, un Leo Messi que se quedó sin marcar su gol 700 como profesional y que acabó sacando su faz más desesperada yéndose a por Diego Carlos cual púgil callejero. Le llevaba, al parecer, la factura de una entrada anterior, pero la imagen fue dantesca. El Sevilla, ultracompetitivo, supo cómo contener a su bestia negra y también al árbitro, porque ni siquiera la designación del castellano-leonés presagiaba nada bueno.