Saber quién se sentaba a dirigir lo que el director deportivo lograba reunir con su escaso presupuesto ha sido desde siempre la tarea más compleja. Manolo Jiménez, Manzano, Marcelino y Míchel no supieron colocar al Sevilla donde se merecía según estaba previsto en el guión. Y Juande Ramos se marchó a Inglaterra sólo unos meses después de la muerte de Antonio Puerta. Hace dos temporadas y media, en pleno período postvacacional de invierno, al sevillismo se le cruzó un hado que concedió la oportunidad de conocerse a dos hombres que entienden el fútbol igual y les despierta una locura similar.