Todo el habitual catálogo de tópicos al margen, la verdad más cierta de un derbi es que levanta las pajarillas en el estómago del más frío. Les pasa a los aficionados y éstos se lo transmiten a los futbolistas, permeables como son de un modo u otro al contexto de mensajes, tradición, dardos intercambiados y defensa del honor que implica un encuentro de competición entre los dos equipos de una misma ciudad. Está en juego la identidad, la representatividad, la soberanía incluso según algunos. Todo ello responde a un aspecto claramente emocional, pero luego la realidad también dicta que se trata de un simple partido de fútbol, en el que priman aspectos más cerebrales, como la estrategia, la técnica, la táctica… Quien aúne en perfecto cóctel los dos elementos para la combinación justa tendrá más papeletas para ganar.