El poder intimidatorio del Madrid ha devorado al VAR

El Real Madrid es grande, grande. Grandísimo. Que se lo digan al PSG o el Bayern, que se fueron del Santiago Bernabéu hace unos años, en eliminatorias directas camino de las finales de la Champions, con la sensación de haber sufrido un hurto. Ellos, que son los señores feudales de sus respectivas ligas, ellos, a los que ponen alfombra por donde quiera que van en Francia, Alemania o toda Europa, hocicaron en La Castellana. Fueron uno más. Pasaron por el mismo aro que pasan los parias españoles que visitan el gran coliseo blanco desde que el fútbol es fútbol. Allí radica un agujero negro, o más bien blanco, que todo lo devora. hasta el VAR. El poder intimidatorio del Madrid ha devorado al VAR: árbitros interpretan jugadas que no admiten interpretación para no ser puestos en el disparadero. En cuanto una jugada puede abrir una vía a la interpretación, aflora el hombre condicionado por el entorno para decidir. Esto es, el árbitro medroso. El árbitro que cobra hoy día una pasta gansa por pitar y que teme por perder su lugar de privilegio.

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