Las finales se juegan en primavera. O al menos a eso es a lo que está acostumbrado el sevillismo, que no entiende como en una noche de otoño, festiva, tienen que ir al Sánchez-Pizjuán con un nudo en el estómago para alcanzar un objetivo que, allá por los calores del verano, parecía una minucia. Para colmo –de la presión-, la migaja que está obligado a recoger el equipo nervionense hará buena o mala no sólo la temporada actual, sino también la anterior.
