De la gloria a la decepción hay sólo un pasito. ¡Que se lo digan a Palop en Donetsk o a Mbia en Valencia! O, también, a sus rivales, que aún deben aflojarse cuando recuerdan el último suspiro de los héroes sevillistas. Y de la frustración por no ser capaz de ganar en Basilea a la euforia por derrotar al Villarreal hay sólo tres días. Abres los ojos, los cierras y han pasado un montón de cosas… imposibles de digerir. Es la locura de un fútbol que ha perdido los matices que van del blanco al negro y que sugiere que cada encuentro es una finalísima.