La humildad, la mejor ambición

Lo peor que le puede pasar a un club que persigue un objetivo es que pierda su identidad y la perspectiva de dónde viene y hacia dónde quiere ir. Pero más peligroso es, en ese corretear de aquí y allá en la máquina del tiempo, no saber dónde se está. El Sevilla de Monchi, Castro y Lopetegui ha cerrado, salvando un punto con un jugador más contra el colista, una semana en la que a sus gestores se les ha caramelizado la boca presumiendo de futuro y de pasado. Fue el dios de San Fernando el primero que nombró el reino de los cielos. No lo prometió, pero le puso los ojos como chiribitas al sevillismo hablando de ganar una Liga. Las lenguas de fuego de sus discípulos, lejos de frenar la euforia, se han preocupado más de aventar la copa de cisco hasta ponerla más caliente.

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