El equipo de Caparrós, atenazado por sus complejos, perdió una excelente oportunidad para dar un golpe en su lucha por la Champions. Nada de tratar de imponer la calidad de sus jugadores con presencia activa en campo rival, nada de presionar al adversario en su campo… Si Pablo Machín lo vio en el estadio (quizá no quiso aparecer por su intrahistoria tanto en el Sevilla como en el Girona) debió pensar lo que muchos sevillistas ya han constatado: que el problema no era de entrenador sino de plantilla y, claro, de quien formó la plantilla y al final acabó dirigiéndola. La posición de las líneas delató claramente las intenciones reservonas de Caparrós. Ben Yedder y Franco Vázquez se pasaron en la primera mitad más tiempo en campo propio que en el del rival, sobre todo el argentino. Y esa declaración de intenciones, junto con la falta de intensidad y la escasez de fuerzas del centro del campo llevaron al Girona a sentirse dominador y al Sevilla, dominado.