Éver, el último emperador del Sevilla, se quiere despedir a lo grande

Si no hay redención, no es fútbol. Si no dolió, no lo viviste. Si no pensaste en abandonar, no emprendiste el camino correcto. Éver Banega (Rosario, Argentina, 1988) se irá como un héroe del Ramón Sánchez-Pizjuán, porque allí sólo aplauden a quien se mancha. A quién duda. A quien se despide sabiendo que volverá. Hay una comunión salvaje con la grada. Éver es malencarado y peleón. Pide perdón sin disimular que le da igual pedir perdón. Su fútbol crece de la tierra como una flor blanquecina que se ha hecho un hueco a codazos entre la aridez y el abandono. En el Sevilla ha sido feliz. Su único hogar. Ni Boca ni Newells, ni Atlético, Valencia o Inter le vieron luchar como luchó de nervionense. Por eso se quiere despedir a lo grande, vaciándose, no dejándole nada a la sed. Y en Europa. Soñando con un título que ya consiguió en 2015 contra el Dnipro, siendo además elegido por UEFA como el MVP del partido, y en 2016 frente al Liverpool.

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