Debe ser muy difícil ser del Sevilla en un entorno tan mediocre. En una ciudad que lleva décadas sin aspirar a nada, elegir la opción de ser sevillista es una temeridad. El miedo al fracaso y la comodidad de apostar por la gracieta, la anécdota y el ombliguismo invita a alejarse a mil leguas del Sevilla. ¿Qué necesidad hay de convivir con la ambición insaciable, el descaro, el atrevimiento y la obligación de querer ser mejor cada día? La opción de la toalla y el conformismo, sin duda, promete menos ansiedad. En un ambiente de recortes de grandeza, el Sevilla es un grito de rabia y rebeldía.