En el momento más oportuno, después de que por Nervión arreciasen los pitos en las últimas citas y justo antes de que pasen por el coliseo sevillista la Roma y el Betis, el equipo de Julen Lopetegui recuperó la competitividad. Lo hizo, además, en un escenario donde competir está grabado a fuego en cada uno de los pasillos, en la grada y en el vestuario, sobre el césped y desde el banquillo, desde que Diego Pablo Simeone les inoculase ese veneno a todos los integrantes del Atlético de Madrid. En su feudo, en la guarida del ogro de la competitividad, fue donde el Sevilla recuperó su esencia rebelde y luchadora. Albricias por la vuelta de la competitividad, esa esquiva y libertina hija pródiga. El golpe anímico de empatar, contra viento y marea, contra el VAR y contra las bajas de peso, la de Fernando y la de Óliver Torres, con un once casi nuevo, reeditado desde la necesidad, tiene un peso tremendo.
