Nada más aterrizar Samir Nasri en Sevilla, la opinión pública y la publicada, que no es lo mismo aunque lo parezca, dejaron caer su primera impresión. Esa que, como en los anuncios de aquel famoso desodorante, es la que queda. Se dijo que el City se lo había quitado de encima porque era un futbolista conflictivo y perezoso en el día a día; se comentó que era un jugador díscolo y con un ego del tamaño de una sandía; se aireó que estaba acabado y que llegaba a Sevilla a tomar el sol y disfrutar de la noche sevillana, porque estaba en el ocaso de su carrera. Todo eso se dijo y como no podía ser de otra manera, después de un juicio sumarísimo tan apresurado, Nasri se ha encargado de responder a los falsos profetas donde mejor suele hablar, en el césped.
