El último título del Sevilla en la Europa League, un campeonato para recordar

Un día estás en la gloria, otro estás en lo más bajo. El fútbol muchas veces es injusto, pero también forma parte del proceso de crecimiento y de aprendizaje. Ese vaivén es lo que hace que este deporte sea seguido por millones de personas cada fin de semana. Y si hay una afición que ha estado en las buenas y en las malas es la del Sevilla FC. Basta con cerrar los ojos y recordar esa noche mágica de mayo de 2023 en Budapest, cuando el sevillismo se abrazaba a su séptima corona de la UEFA Europa League, un hito que consolidaba su reinado absoluto en la competición. El Puskás Aréna fue testigo de una nueva gesta, una victoria agónica y cargada de épica frente a la AS Roma de José Mourinho.

Aquella celebración, con el éxtasis desbordando las calles de la capital andaluza, representaba la culminación de una temporada que también tuvo sus sombras, pero que, como tantas otras veces, encontró en su torneo fetiche la redención y la gloria. Un torneo fue fue celebrado no solo en las calles, sino también en las plataformas de pronósticos deportivos, gracias a los términos de bono claros y justos que ofrecen para este tipo de competencias. Sin embargo, el deporte rey no entiende de pasados y el presente del club de Nervión dibuja una realidad antagónica, un panorama sombrío donde la lucha ya no es por alzar trofeos continentales, sino por mantener la categoría, por no caer al abismo del descenso.

La épica de Budapest: una final de infarto

La final de 2023 no fue un camino de rosas. Fue una batalla táctica y mental contra un especialista en finales, José Mourinho. La Roma se adelantó en el marcador y, fiel al estilo de su entrenador, se atrincheró para defender la ventaja. Pero si algo ha demostrado el Sevilla en la Europa League es que posee un gen competitivo único. El equipo, entonces dirigido por José Luis Mendilibar, un héroe inesperado que había llegado para apagar el fuego de una posible debacle en LaLiga, nunca perdió la fe. El gol en propia puerta de Mancini forzó una prórroga extenuante que desembocó en la siempre cruel tanda de penaltis.

Fue allí donde el Sevilla demostró su maestría. La calma de Ocampos, Lamela, Rakitić y Montiel, autor del penalti definitivo como meses antes en la final del Mundial de Qatar 2022, contrastó con los fallos de la Roma, catapultando al equipo andaluz a un nuevo olimpo europeo y desatando la locura entre sus miles de desplazados.

De la gloria europea a la zozobra liguera

El eco de la celebración de la séptima apenas se había apagado cuando la realidad de la competición doméstica comenzó a golpear con una dureza inesperada. La temporada siguiente a la conquista europea se convirtió en una pesadilla. El equipo que había sido capaz de tumbar a gigantes como el Manchester United y la Juventus en su camino hacia el título se mostraba irreconocible en LaLiga. La planificación deportiva, con cambios constantes en el banquillo y una política de fichajes que no terminó de cuajar, generó una inestabilidad que se tradujo en el terreno de juego.

El Sánchez-Pizjuán, un fortín inexpugnable en las noches europeas, comenzó a ver cómo los puntos se escapaban y el equipo se hundía en la clasificación, coqueteando peligrosamente con los puestos de descenso. La afición, que había tocado el cielo, ahora miraba con pánico la tabla, en un claro ejemplo de la fragilidad del éxito en el fútbol de élite.

El contraste de un equipo con dos caras

Resulta algo triste analizar el rendimiento del Sevilla en los últimos tiempos. El mismo escudo, y en muchos casos los mismos jugadores, que se enfundaban la armadura de titanes en la Europa League, parecían encogerse en el torneo de la regularidad. Esta dualidad habla de un componente mental y de una conexión casi mística con una competición específica.

La Europa League se convirtió en un refugio, un ecosistema donde el Sevilla se sentía invencible, donde la presión se transformaba en motivación. Por el contrario, LaLiga se ha transformado en un examen semanal que el equipo no logra aprobar, un lastre que evidencia carencias estructurales y una falta de consistencia alarmante. La mística europea no fue suficiente para sostener un proyecto que mostraba grietas en sus cimientos a nivel de gestión y dirección deportiva.

Ese título de 2023, el último gran éxito del Sevilla, debe servir como recordatorio perpetuo de lo que este club es capaz de lograr. No fue fruto de la casualidad, sino de la ambición, la fe y una identidad forjada a fuego en el torneo que le hizo rey. El objetivo prioritario del Sevilla en este momento es asegurar la permanencia. Luego se podrá pensar nuevamente en defender los colores en los torneos internacionales. Si la directiva aprende de los errores, si se logra construir un proyecto deportivo coherente y se recupera la comunión total con la grada, el Sevilla podrá volver a mirar hacia arriba. La séptima Europa League no debe ser el último capítulo de una era dorada, sino la prueba fehaciente de que, incluso en los momentos más complicados, el alma de campeón sigue latente.

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