Pues el lío sí que es gordo, Monchi

Al Sevilla nadie le regaló nunca nada. Pero ni una mísera migaja. Todo se lo ha ganado con el trabajo y el esfuerzo de los suyos. Hasta hizo un estadio sin que las administraciones públicas le arrimasen un ladrillo. Y debe ser que desde ahí se fue generando una forma de ser, de vivir y pensar. Una idiosincrasia mamada por generaciones de sevillistas y que incluso se ha metido en la sangre del propio equipo, haciendo que cada jugador que aterriza por Nervión, si de verdad desea triunfar, se tatúe que para tocar la gloria con los dedos hay que aprender a sufrir. Saber hacerlo, e incluso gozarlo. El nunca se rinde ha cobrado una nueva dimensión. Ya no es el no agachar la cabeza en las adversidades, sino romper los bloques de hormigón a cabezazos si hace falta, como el de Ocampos al Wolves que dio el billete para las semifinales de la Europa League. Todo por una identidad sevillista que arrasa a todo aquello que se pone por delante, incluso haciendo oídos sordos a faltones de diferentes aceras. Identidad y señorío.

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