No es por la eliminación de esta noche en el Camp Nou, por la que su gente se levantará dentro de unas horas con un mosqueo importante, como corresponde a una afición como la sevillista. No es eso exactamente. Es la sensación final de vulnerabilidad o de no haber querido o creído de verdad que era posible destronar al Barça. El Sevilla ha interpretado su papel en la fiesta, de pardillo que paga la cuenta y se va solo a su casa. No se ha rebelado. Ha asumido su destino.