Es posible que del empate de ayer se extraigan más conclusiones negativas que positivas, porque el Sevilla prorrogó las deficiencias que arrastra desde el principio y, durante la mayor parte del partido, ofreció una imagen de impotencia alarmante. Pero, a la postre, el regusto se acerca más al dulce que al amargo por la reacción cuando se hallaba al borde del abismo. El equipo tiró de casta, de orgullo, de corazón y salvó un punto con un valor deportivo y moral importante, reflejo de que, por muy abatido que parezca, al Sevilla nunca hay que darlo por muerto.
