La inteligencia adaptativa de Pablo Machín

Hecha la salvedad de los tres zagueros, el entrenador soriano empezó en el Sevilla con la misma idea y el mismo esquema que con el Girona. Un 3-4-2-1, con doble pivote, formado por Banega y Roque Mesa, y un único punta, Andre Silva. Sarabia y Franco Vázquez formaban entonces en el tridente ofensivo como interiores abiertos o atacantes exteriores. De esa forma empezó apabullando al Rayo Vallecano, pero el globo se le pinchó, después de algún aviso en las previas de la Liga Europa –aquellos partidos ante el Zalgiris o en Olomouc–, en las siguientes jornadas ligueras: Villarreal, Betis y Getafe. Fue en la quinta jornada cuando Pablo Machín se saltó su propio estereotipo para moldear su idea de juego y su dibujo táctico a lo que tenía entre manos: una plantilla corta, mermada por las lesiones y con futbolistas muy cualificados técnicamente para jugar por dentro, con más calidad que físico. Lo apostó todo a su calidad ofensiva, con Banega como único medio centro, escoltado por Sarabia y Franco Vázquez como interiores, para situar arriba a Ben Yedder junto a Andre Silva.

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